Un día conocí a un hombre, que al ver perderse el sol en el mar, despedía a esa esfera naranja haciendo referencia a su padre, y la incertidumbre de verlo nuevamente al día siguiente, era motivo para llenar su rostro de lágrimas, y sólo poder decirle tristemente...hasta mañana...
El sol cae, el día acaba; pero el sol mismo se encarga de regalar el mejor final posible, o al menos, el más bello.
El sol cae, el día acaba; pero el sol mismo se encarga de regalar el mejor final posible, o al menos, el más bello.
El espíritu del ocaso, del fin de tarde no pasa desapercibido ante los ojos de nadie; el sólo hecho de que por un momento todo se tiña de amarillo, para pasar a ser naranja, y para darle luego lugar al cielo de dibujar cuanto color se le antoje, hace de este momento del día, una situación más que particular.
Queda en uno y es puramente personal el efecto que puedan provocar las imágenes que la naturaleza obsequia en esa transición del día a la noche, pero para quien pueda apreciarlo, será seguramente invadido por muchas sensaciones difíciles de evitar.
Es éste un momento efímero, pero no escaso en absoluto, que culminará cuando el día comience a recibir las primeras estrellas para que, definitivante, la noche sea cómplice y responsable de las próximas sensaciones...
El sol no se fue, simplemente se ocultó, y me despido de este lugar maravilloso, con la ilusión de volver a ver tantos bellos tonos y colores.